Modestamente,
me considero el hombre más libre del mundo -en la medida en que no
estoy atado a nada ni tengo compromisos con nadie- y eso se lo debo a
haber hecho durante toda la vida única y exclusivamente lo que he
querido, que es contar historias. Voy a visitar a unos amigos y
seguramente les cuento una historia; vuelvo a casa y cuento otra, tal
vez la de los amigos que oyeron la historia anterior; me meto en la
ducha y, mientras me enjabono, me cuento a mí mismo una idea que
venía dándome vueltas en la cabeza desde hacía varios días...Es
decir, padezco de la bendita manía de contar. Y me
pregunto: esa manía, ¿se puede trasmitir? ¿Las obsesiones se
enseñan? Lo que sí puede hacer uno es compartir experiencias,
mostrar problemas, hablar de las soluciones que encontró y de las
decisiones que tuvo que tomar, por qué hizo esto y no aquello, por
qué eliminó de la historia una determinada situación o incluyó un
nuevo personaje... ¿No es eso lo que hacen también los escritores
cuando leen a otros escritores?
-Para
contar historias, Gabriel García Marquez
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